Instrucciones para un novelista sentimental

 


Sitúe el cursor al principio del documento y con el meñique izquierdo pulse mayúsculas. Sin dejar de presionar, dirija su mirada hacia el lado derecho del teclado; comprobará que cuatro pequeñas flechas forman una rosa de los vientos. No se distraiga con esa imagen ni intente escribir un poema al respecto. Simplemente presione con el índice derecho la flecha que indica hacia abajo. No la libere. Verificará entonces que la vida de Laura se va sombreando de negro a una velocidad de vértigo; primero líneas, luego páginas y finalmente capítulos. Ennegrecido queda su nacimiento en el seno de la felicidad paterna, los primeros pasos como bailarina, su adolescencia dividida entre la presión del esfuerzo y la recompensa de los primeros aplausos, sus amores turbulentos, su cumbre en el mundo el ballet y su posterior caída por la zancadilla de la edad. Ahora puede liberar las teclas y dejarse llevar por la melancolía todo el tiempo que quiera. Luego mire absorto la pantalla, todo está al revés: blanco sobre negro. Tampoco es el momento de escribir un haiku sobre esa imagen. Céntrese en el infausto e inmerecido fin de Laura. Como escritor, es usted el responsable de esa crueldad al igual que Shakespeare lo fue de la muerte de Romeo y Julieta.

 Bien, es el momento de proclamar que no hay derecho, que Laura no debería terminar así, pero tiene que ser consciente, sin embargo, de que tampoco puede hacerlo de otra forma. Y es que seiscientas cincuenta y siete páginas no pueden mentir ni ofrecer opciones más amables. La realidad, aunque sea literaria, no admite opciones. Llegados a este punto, todo ese texto seleccionado pide una intervención. No hay otra salida. El siguiente paso debe hacerlo por Laura:

 Con el dedo (del) corazón, pulse Suprimir.

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