SU CUERPO DEJARÁ, NO SU CUIDADO


A Ramiro lo dominaban dos pasiones: los cadáveres bellos y los puticlubs, por eso dio lo mejor de sí en el caso de Esmeralda. Al principio no sabía que se trataba de ella porque en la ficha rezaba el nombre de María Josefa, edad 96, pero fue verla sobre su mesa de trabajo y reconocerla al instante. A cualquier otro le habría costado mucho esfuerzo dado el contexto tan diferente en el que la había conocido antes. Esmeralda -ahora María Josefa- siempre permanecía sentada señorialmente en su cálido sillón de madera dorada y terciopelo rojo -ahora yacente en una gélida mesa de acero inoxidable-. Desde el puesto de mando sus diminutos, pero impecablemente pintados ojos, seguían las labores de las muchachas que como madama dirigía -ahora no miraban más allá de sus párpados cerrados-. La obvia disparidad de los dos ambientes no le supuso impedimento para identificarla porque él veía más allá de las circunstancias. Por algo tenía una bien ganada fama como tanatoestético en las funerarias de todo el país.

La conocía bien por las extensas charlas que ambos solían tener en el local. Incluso se podría decir que acudía allí más por su compañía, nada carnal por supuesto, que por las chicas. Conversaban de lo humano y lo divino, pero sobre todo a él le fascinaban las historias que conformaban la vida de esta mujer, desde sus primeros recuerdos hasta llegar a la regencia del lupanar. Fue por todo ese conocimiento que realizó sobre su cadáver la más sorprendente labor que jamás nadie había llevado a cabo en un cuerpo inánime. Y es que no parecía que la hubiese maquillado sino transformado. Lo que los muchísimos asistentes pudieron ver en el velorio no fue a Esmeralda, la madama decrépita del puticlub Esme´s, sino a Pepita, una bella y vivaracha muchacha de doce años, alegre como un cascabel porque aún no conocía el mundo de miseria y adversidades al que tendría que enfrentarse a partir de ese momento.

Comentarios

  1. Está muy bien. En un corto espacio, toda una historia.Me gusta!

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